A veces siento caer tu respiración
cual rocío sobre toda mi piel.
Sobre mi desarmado cuerpo
bajo la presión de tus deseos
descontrolados y exquisitos,
tu cuerpo breve, tu cuerpo frágil.
A veces alcanzo a morder
tu perfume meloso, ese aroma
que me recuerda la vida dulce,
con el que olvido la sal
de las lágrimas,
tu perfume que me hace
agua la boca, que me abre el apetito de ti.
A veces escucho tu boca
jugosa que en mi piel
busca la manifestación de tu lengua,
que encuentra y se llena
de mis ganas hechas liquido.
A veces, ¡dios tuyo!, siento tus manos,
tus manos en su exploración
infinita hasta donde puedan
con firmeza agarrar
la expresión viva de mi cuerpo.
A veces siento tu peso
precisamente donde el peso
es la presión magnífica
que me mata, me tortura y me mata.
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